DORA MAAR: Más allá de la musa.
- Dan Domer
- 6 oct
- 5 Min. de lectura

Dora Maar, que en realidad se llamaba Henriette Theodora Markovitch, siempre fue alguien muy especial.
Su padre era croata y su madre francesa. Fue hija única. Nació en Francia, la cuna del arte de principio del siglo XX, pero en 1909 su familia viaja a Argentina debido al trabajo de su padre, que era arquitecto. Y aunque no les fue bien estuvieron allí poco más de 10 años.

Aunque se la conoce como una de las mejores fotógrafas de su época, ella empezó a estudiar pintura en la Academie Lothe, compaginándola con la Escuela de Artes Decorativas y la Academia de Julien entre otras.
La Academia de Julien fue una de las primeras en formar a mujeres artistas en Francia, ya que, en aquella época las mujeres tenían prohibido estudiar Bellas Artes y mucho menos dibujar modelos desnudos.
Además era tan innovadora que en aquella época se decide dedicar a la fotografía en cuerpo y alma.
Y no solo a la fotografía documental, sino a experimentar con esta nueva herramienta que sería como si hoy trabajamos con la IA.
Pues no solo consiguió hacer buenos trabajos, sino que también conoció a Henry Cartier-Bresson y llega a abrir su propio estudio de fotografía.

Si ya era difícil vivir del arte (Lo es aún hoy en día) en aquella época, vivir de la fotografía era aún peor.
Como estaba siempre con los intelectuales de la época, con los pintores, con los cineastas, llega a conectar mucho con los surrealistas. Sobre todo con el maestro de la fotografía surrealista que fue Man Ray.
Fueron muy buenos amigos. Incluso entre 1935 y 1936 participa en varias exposiciones del grupo surrealista y su obra viaja por Europa y Estados Unidos.

Una de las fotografías más emblemáticas de esta época es "Le Simulateur" (1936).
Se trata de un fotomontaje que muestra a un chico en una postura inexplicable, situado en un pasaje de arquitecturas curvas indefinidas que lo mismo pudiera ser una mazmorra que un sistema de alcantarillado.
Nos mira, sin embargo, a esta escala, no es fácil ver que Dora Maar le ha arrancado los ojos, cegándolo. Eso podría sugerir que pretende hacernos pensar que la visión interior constituye la realidad más profunda.
Visto desde esa perspectiva, la imagen podría significar una forma de liberación más que de confinamiento, aunque eso no hace menos incómodo el ambiente opresivo ni las posibles revelaciones psíquicas.
También durante esa época sus ideas políticas empiezan a ser cada vez más sólidas e incluso más radicales. Esto fue en 1932, y aunque no llega a afiliarse ningún partido era de ideología de izquierdas.
Ella se posiciona contra el auge del fascismo y participa en todas las manifestaciones de la época activamente.
Dora Maar y Pablo Picasso; Una relación destructiva.

Dora Maar ve por primera vez a Picasso en el rodaje de una película, se queda prendada y decide que de alguna otra forma u otra, quería estar con él. Así que le dijo a sus amigos que como podía conocerlo. Le dijeron que fuese a los bares. De modo que una de las veces que Picasso entra en el café de Deux Magots en 1936 se encuentra a una joven de 29 años (él tenía 54 años) con unos guantes negros en una mesa y con una navaja en una de sus manos, haciendo el juego de clavársela entre los dedos. Iba cada vez más rápido pasando el filo de la navaja entre sus dedos y cortándose.
Parecía una escena de lo más surrealista, y evidentemente llamó la atención del malagueño, que en aquella época ya era famoso y gozaba de una gran fama. Así que Picasso se acercó a ella y le dijo que si le podía regalar el guante que lo guardaría en un museo especial que tenia en su casa (bueno, era un mueble donde ponía cositas que le gustaban).
Picasso habló con ella, y le dijo que tenía un hijo con una mujer (Olga Jojlova) de la que se había divorciado y también tenía una amante (Marie-Thérèse Walter). Y le propuso que sabiendo eso si ella quería ser también su amante. Y Dora aceptó.
Se dice que Picasso era tan romántico y atento como destructivo y muy, muy posesivo. Y por lo que se ve no le importaba realmente el sentimiento de sus respectivas parejas. Fue maltratada psicológicamente y también físicamente. Varios testigos afirman que presenciaron palizas que le daba Picasso a Dora, incluso una de ellas la dejó inconsciente. Ella era muy amiga de Paul Eluard y fue en cierto modo el que finalmente la rescató de aquel infierno, puesto que Picasso pensaba que ella estaba loca. Hizo que fuese psicoanalizada por Jacques Lacan e incluso llegó a ingresarla en varios hospitales psiquiátricos, donde la aplicaron electroshock.
Tenía que ser una mujer muy compleja pero también muy interesante porque era muy callada, orgullosa, y los que la conocieron decían que era muy irónica, además de inteligente.
Pasó sus últimos años encerrada en la casa del sur de Francia que le había comprado Picasso. Cuando murió (Por cierto, vivió hasta cumplir los 100 años) dejó más de 130 obras de Picasso, ya que algunas las había vendido cuando había tenido apuros económicos, pero siempre con el permiso del pintor.
El redescubrimiento de una artista esencial.

Durante demasiados años, Dora Maar ha sido para la historia canónica la “documentalista” del Guernica de Picasso, poco más que la amante, quien la disuadió de continuar pintando. Sea cierto o no, Maar fue por si misma, una fotógrafa excepcional.
A pesar de su talento y su importante contribución al arte surrealista, Dora Maar fue a menudo eclipsada por la figura de Picasso. Afortunadamente esto está cambiando y en las últimas décadas, su obra ha comenzado a recibir el reconocimiento que merece.
Exposiciones y publicaciones han destacado su papel como una de las fotógrafas más importantes del siglo XX, y su trabajo ha sido revalorizado por críticos y estudiosos del arte y poco a poco deja de ser una desconocida para el gran público.
Hoy, Dora Maar es reconocida como una artista visionaria y una pionera de la fotografía surrealista. Su obra, caracterizada por su originalidad, su audacia y su profundidad emocional, sigue siendo relevante y cautivadora en la actualidad.










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